viernes, 28 de marzo de 2014

Apego seguro y resiliencia: Efectos de la separación del niño de la madre en función de la calidad del vínculo afectivo, por Meritxell Sánchez

Artículo cedido por Meritxell Sánchez, psicóloga perinatal y terapeuta EMDR.
(¡Gracias, Meritxell!)


Entre los efectos a corto plazo de la separación, según Bowlby, analizados a partir de la observación de niños que fueron separados de sus padres, era frecuente que el niño mostrase alguna de las siguientes reacciones:
-Cuando vuelve la madre, el niño se enfada con ella, o le niega el saludo y hace como si no la viera.
-El niño se muestra muy exigente con su madre o con las personas que le cuidan; pide atención todo el rato, quiere que se haga todo a su manera, tiene ataques de celos y tremendas rabietas.
-Se relaciona con cualquier adulto que tenga a mano, de una forma superficial pero aparentemente alegre.
-Apatía, pérdida de interés por las cosas, movimientos rítmicos (como si se meciera él sólo), a veces dándose golpes en la cabeza.
Según Bowlby, algunas de las más graves alteraciones observadas en los niños separados de sus madres, en orfanatos y hospitales, dan una falsa sensación de que todo va bien: “Hay que hacer una advertencia especial sobre los niños que responden con apatía o con una conducta alegre e indiscriminadamente amistosa. Estos niños suelen ser tranquilos, obedientes, fáciles de manejar, bien educados y ordenados, y están físicamente sanos; muchos de ellos incluso parecen felices. Mientras permanezcan en la institución, no hay motivo aparente de preocupación; pero cuando la dejan se hacen pedazos, y es evidente que su adaptación era superficial y no estaba basada en un verdadero crecimiento de la personalidad”.
Pocos niños permanecen en una institución, pero muchos se ven separados de sus madres repetidamente unas horas cada día. El efecto no es tan terrible, pero existen similitudes. Hay niños que parecen “tranquilos, obedientes…incluso felices” en la guardería, pero rompen a llorar deseperados en cuanto salen. O que parecen adaptarse muy bien a dormir solos cada noche, pero “se hacen pedazos” en cuanto se abre una brecha en su aislamiento.
Las consecuencias más graves se producen tras separaciones largas, de varios días. Pero también las separaciones breves tienen un efecto; de hecho, el método usado por los psicólogos para comprobar si la relación madre-hijo es normal es el “test de la situación extraña”, en que se observa cómo reacciona un niño de un año cuando su madre se ausenta de la habitación y vuelve a los tres minutos.
A medida que el niño va creciendo, le es cada vez más fácil tolerar la separación de la madre. Como afirma Bowlby, los efectos de la separación son cada vez menos graves a medida que aumenta la edad del niño: “Mientras que hay razones para creer que todos los niños menores de tres años, y muchos de los que tienen entre tres y cinco, sufren con la deprivación, en el caso de aquéllos entre cinco y ocho es probablemente sólo una minoría, y surge la pregunta: ¿por qué unos y no otros?”.
Ese factor que hace que unos niños soporten mejor la separación que otros es, según Bowlby, la relación previa con su madre.
En los menores de 3 años, cuanto mejor era la relación con la madre, más se altera la conducta del niño tras la separación. Los niños que ya eran maltratados o ignorados en su casa, apenas lloran cuando se los llevan a un orfanato o a un hospital. Pero eso no significa que toleren mejor la pérdida, sino que ya no tenían casi nada que perder. No muestran la respuesta normal de un niño sano de su edad.
En cambio, entre los niños de 5 a 8 años, aquellos que han tenido una más sólida relación con la madre, los que recibían más mimos y pasaban más tiempo en brazos, son los que mejor soportaban la separación. El estrecho contacto de los primeros años les ha dado la fuerza necesaria para soportar las adversidades, lo que se conoce como resiliencia (la capacidad de sobreponerse y superar las experiencias traumáticas vividas).
La separación de dos personas adultas unidas por un vínculo afectivo produce intranquilidad para ambas. Para volver a tranquilizarse necesitan contacto físico y verbal especial, contacto que será más largo y complejo cuanta más larga haya sido la separación. Si una de las personas niega ese contacto tranquilizador, la otra suele responder con más intranquilidad, y a veces con hostilidad. Al final, harán falta más palabras y más contacto para tranquilizarla (habrá que disculparse).
Sin embargo, entre un niño pequeño y sus padres, la cosa cambia. Irse a otra habitación es para el niño una separación, porque no sabe adónde ha ido su madre. Tardará varios años en comprender que mamá está en la habitación de al lado y que por tanto “no se ha ido”. Y la escala es diferente: unos minutos son para un niño como varias horas, unas horas le parecen días o meses, y unos metros le parecen kilómetros.
Fuente: Bésame mucho, de Carlos González.

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viernes, 21 de marzo de 2014

El apego y su influencia en el desarrollo mental y emocional del niño

Artículo cedido por Meritxell Sánchez, psicóloga perinatal y terapeuta EMDR.
(¡Gracias, Meritxell!)


La evidencia científica demuestra que la clave para crear adultos resilientes es un apego sano y seguro durante la infancia y a medida que la neurociencia avanza se confirman las bases científicas para la comprensión de la infancia y la influencia del afecto y el apego en el desarrollo mental y emocional del bebé. Y es que, por raro que parezca, sólo hace unos 30 años que hemos empezado a valorar los beneficios a largo plazo del apego durante los primeros años de vida.
A medida que los padres establecen conductas de apego hacia su hijo, inician un diálogo organizado en que los dos miembros de la pareja mantienen un mismo estado emocional y adaptan su atención a las señales del otro. Al adaptar su cerebro a los ritmos del cerebro materno, el bebé acaba aprendiendo el arte de la autorregulación; en otras palabras, estas primeras experiencias permiten al bebé disfrutar de su yo emocional y controlarlo.
Se ha demostrado que durante los dos primeros años de vida la maduración del cerebro se controla a través de la interacción con el cuidador. Con esta relación íntima, de naturaleza sutil y oportuna en el tiempo, el cerebro del bebé se sintoniza literalmente con el de su cuidador para producir las hormonas y los neurotransmisores adecuados en la secuencia correcta; esta sintonía o modelaje determina la arquitectura cerebral de un modo permanente y poderoso (T.R.Verny, 2002).
Según Siegel, en los primeros años del desarrollo, más importante que la estimulación sensorial son los patrones de interacción entre el pequeño y la persona que lo cuida. La clave de un desarrollo saludable es la interacción interpersonal, y no la estimulación sensorial. Siegel destaca que el desarrollo del cerebro tiene lugar a lo largo de un periodo prolongado de tiempo, que excede con creces los primeros años del apego y los vínculos afectivos.
Aunque el cerebro sigue siendo maleable hasta la edad edulta, los patrones neuronales básicos (los circuitos del yo) se forjan en el crisol del vínculo afectivo antes de los 3 años. Las relaciones posteriores, incluidas las terapéuticas, pueden alterar los patrones si la persona se muestra muy motivada a experimentar un cambio. Pero aún así, son esas primeras relaciones las que establecen de manera más completa y persuasiva la esencia de nuestro ser (T.R.Verny, 2002).
Ninguno de los sistemas básicos para gestionar las emociones (el sistema de respuesta al estrés, la receptividad de los neurotransmisores, las vías neuronales que codifican la comprensión implícita del funcionamiento de las relaciones íntimas) está ya establecido en el momento de nacer, ni está desarrollado el córtex prefrontal, tan importante para el desarrollo. Estos sistemas se desarrollan rápidamente a lo largo de los dos primeros años de vida, construyendo la base de nuestro funcionamiento emocional a lo largo de la vida.
Las investigaciones actuales apuntan en la dirección de que todos estos sistemas biológicos que intervienen en el manejo de nuestra vida emocional están sujetos a la influencia social y, especialmente, a las influencias que tienen lugar en el período en que estos sistemas se desarrollan más rápidamente, y se desarrollarán mejor o peor dependiendo de la naturaleza de estas primeras experiencias (S.Gerhardt, 2004).
Un apego sano evoca sentimientos de pertenencia a una relación donde el niño se siente aceptado y en confianza. Los padres, por quienes el niño siente un apego seguro, son interiorizados como fuente de seguridad. A partir de aquí el niño podrá sentir placer por explorar su entorno, construyendo poco a poco su propia red psico-socio-afectiva.
El apego es, por lo tanto, fundamental para el establecimiento de la seguridad de base: a partir de ella el niño llegará a ser una persona capaz de vincularse y aprender en relación con los demás. La calidad del apego también influirá en la vida futura del niño en aspectos tan fundamentales como el desarrollo de su empatía, la modulación de sus impulsos, deseos y pulsiones, la construcción de un sentimiento de pertenencia y el desarrollo de sus capacidades de dar y de recibir. Un apego sano y seguro permitirá además la formación de una conciencia ética y el desarrollo de recursos para manejar situaciones emocionalmente difíciles y dolorosas, así como experiencias traumáticas (Barudy y Dantagnan, 2005).
Meritxell Sánchez Costa

Lee AQUÍ el original


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lunes, 17 de marzo de 2014

Por qué educar sin castigos ni recompensas

"Un castigo es una herramienta de modificación de conducta. ¿Qué quiere decir esto? Más allá de lo que quiera decir a nivel psicológico o pedagógico, el hecho de que sea un medio para conseguir un fin es muy importante. Es decir, por mucho que nos intentemos convencer de lo contrario, un castigo no es el resultado de una mala acción, sino que es una acción que se realiza con el objetivo de conseguir un resultado; no es un porque, es un para qué". 

Después de la excelente introducción de Nuria Otero, que he traído desde "Criar sin Castigar", quiero compartir un texto con vosotr@s donde se habla sobre la educación sin castigos ni recompensas, en la línea del libro "Educar sin castigos ni recompensas" de Jean Philippe Faure (aunque no del mismo, ya que actualmente está descatalogado)
El texto que os traigo a continuación está publicado en el libro "Disciplina Positiva", de Jane Nelsen (un libro que recomiendo muchísimo), y ella a su vez lo cita de "Punished by rewards" de Alfie Konh.

"El castigo y las recompensas no son motivadores eficaces...
Las recompensas y los castigos se pueden reemplazar involucrando a los niños respetuosamente en la averiguación de sus posibilidades"

Sobre las recompensas:

Los descubrimientos más inquietantes apuntan que las recompensas y las puniciones en el mejor de los casos son inútiles y en el pero destructivas, cuando se trata de ayudar a los niños a desarrollar valores y habilidades. Lo que los premios y los castigos producen es inmediata sumisión. Nos proporcionan obediencia. Si esto es lo que pretendemos cuando decimos que "funcionan", entonces si, funcionan.

Pero si estamos preocupados por la clase de personas en las que se van a convertir nuestros hijos, no se puede acortar el camino. Los valores positivos se han de forjar desde el interior. Los elogios, los privilegios y los castigos pueden cambiar el comportamiento durante un instante, pero no transforman a la persona, o al menos no de la forma que deseamos. Ningún tipo de manipulación del comportamiento ha ayudado jamás a un niño a desarrollar el compromiso de convertirse en una persona responsable y cuidadosa. Los premios hacen que el niño deje de hacer cierta cosa cuando se le deja de recompensar por ello.

Sobre las puniciones:

Nos convencemos de que no sólo estamos imponiendo nuestros deseos, sino que estamos enseñando a nuestros hijos lo que sucede cuando se comportan mal, y el modo de prevenir su mal comportamiento en el futuro. Además, nos vemos a nosotros mismos como administradores de la clase de justicia más elemental: si ha transgredido la norma, el niño debe ser castigado.

La primera razón fundamental es defectuosa; el castigo enseña sobre el uso del poder, no sobre cómo o por qué se debe portar bien. El compromiso de castigar a los niños refleja el temor de que el fracaso de nuestra respuesta signifique que siga comportándose de forma inadecuada.

Desde mi punto de vista, existen dos maneras diferentes de reaccionar ante la conducta inapropiada de un niño. Por un lado, imponer una consecuencia punitiva; por otro lado, saber ver la situación como un momento óptimo para enseña, una oportunidad para educar o para resolver problemas conjuntamente. Aquí, la reacción no es: "Te has portado mal, verás lo que te voy a hacer", sino "Algo no va bien, qué podemos hacer para arreglarlo?"

Desde Crianza Positiva, os dejo con estos 5 criterios basados en la 'disciplina positiva' de Jane Nelsen, que aboga por eliminar el castigo y defiende la disciplina basada en el respeto:
  • Firme y amable al mismo tiempo, es decir basada en el respeto mutuo.
  • Crea en el niño un sentido de conexión y pertenencia.
  • Es efectiva a largo plazo.  No se enfoca en el castigo, sino es mucho más profunda, porque se preocupa por los pensamientos, sentimientos, apredizajes y decisiones de los niños.
  • Enseña habilidades sociales y de vida, tales como el respeto, la cooperación, la empatía y la autodisciplina, entre otras habilidades.
  • Enseña a los niños a usar su poder constructivamente y a descubrir que son capaces de influir en su propia vida. 
Para terminar, os dejo con un excelente vídeo que explica un poco mejor qué significa apoyarse en los castigos y las recompensas a la hora de educar y nos hace reflexionar sobre lo que pretendemos conseguir (y lo que conseguimos en realidad) si utilizamos esas herramientas disciplinares:

"Educar sin castigos ni recompensas no quiere decir CAOS."
"Cómo poner límites sin castigos ni recompensas"




Por último, algunos enlaces interesantes:

 
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